Por Dimas Romero González
No nos engañemos, no hay tal izquierda, por lo menos no una consecuente con los postulados marxistas. El izquierdismo en México desde su origen se mostró impotente para asimilar los principios de esta ideología, por ello, el Partido Comunista Mexicano (PCM) no pudo transformarse en la vanguardia de las clases explotadas.
Esto provocó que el escenario político nacional, huérfano de ideología capaz de educar a las masas populares y de llevarlas a la maduración necesaria para adquirir verdadera conciencia de clase, fuera ocupado por la clase política al servicio del gran Capital.
El neoliberalismo, desde la década de los 80’s tomó el control en nuestro país, y al igual que en todo el mundo, se encuentra en una fase en que la acumulación irracional de la riqueza en unas cuantas manos, por un lado, y la depauperación de las mayorías, por el otro, no pueden ya coexistir en armonía.
El gran capital, capaz siempre de ajustarse a cualquier modelo democrático para satisfacer sus intereses, consciente de que la clase política a su servicio entró a su vez en una fase acelerada de descomposición, olfateó a tiempo el cambio en el ánimo de las masas mexicanas que como producto de su poco desarrollo ideológico y ávidas de un cambio, cualquiera que este fuera, serían proclives a un discurso que las colocara por primera vez en el centro del escenario político, ofreciéndoles un lugar distinto al cotidiano menosprecio que de ellas se ha hecho desde hace mucho tiempo.
Y así terminamos en las manos de Morena, partido que se formó a la sombra de Obrador, cuyo oportunismo se vistió de “izquierdista” en 1988, cuando al negársele su parte de poder en el PRI, con otros priistas relegados, tomó el control del Frente Democrático Nacional (FDN), coalición de los partidos de izquierda descendientes del PCM, para dar lugar al Partido de la Revolución Democrática, tergiversación y envilecimiento de los pocos restos de esta ideología, pero a la vez, semillero donde han parasitado los hoy radicales morenistas y trampolín que recogió en su seno a los políticos más duchos en el arte del trapecio, desde donde han aprendido a escuchar y a elaborar un discurso efectivo y adecuado a los anhelos de las masas insatisfechas.
Hoy, estamos a merced de estos fanáticos que, con peligrosa irresponsabilidad, con su ecléctica teoría pseudo izquierdista, armada con retazos de variopintos planteamientos económicos y políticos, sustentan su mal entendida revolución, jugando al socialismo sin entender ni un ápice los planteamientos de esta teoría, y por tanto, incapaces de medir las implicaciones de sus actos