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Opinión por: Juan Pérez Audelo
Oaxaca es una entidad de vastos recursos. Riqueza forestal, biodiversidad, lingüística, cultural, etc. Uno de esos filones, literalmente, está en la minería. Tenemos una cantidad impresionante de yacimientos minerales y no minerales; de oro, plata, minerales estratégicos, como uranio y los llamados metales raros.
Todos recordamos hace algunos años, cuando se dieron a conocer los riquísimos yacimientos de hierro en la Sierra Sur. Específicamente en la zona de Zaniza, Amoltepec, Yucutindoo y otras comunidades. Una empresa del ramo, el Grupo Acerero del Norte (GAN) se disponía a explotarlos.
No obstante, con toda la riqueza que existe en el subsuelo, Oaxaca arrastra un problema ancestral: la situación de la tenencia de la tierra, que en su mayoría es comunal. He ahí el por qué se dice que nuestro estado es el más caro del mundo para construir carreteras. Hay que ponerse a mano con el Comisariado de Bienes Comunales, con las autoridades municipales que se rigen por el sistema de usos y costumbres y acceder a sus mil y una peticiones.
Una situación similar ocurre con la explotación de los fundos mineros. El agua y otros insumos se venden a precio oro. Hay que pagar cantidades millonarias para la explotación de los minerales. Y lo peor: acceder a las presiones y chantaje de aquellos grupos que abanderan la defensa del territorio y los derechos indígenas.
Hay comunidades pobres en extremo, pero su subsuelo es una veta de oro. Debajo de la superficie, como en el caso del hierro en la Sierra Sur, yace un potencial enorme que puede ser explotado; generar empleos y de acuerdo al Convenio de la Organización Internacional del Trabajo –la OIT- revertir el estado de pobreza de las comunidades en las que se asienta.
Una parte importante de la población económicamente activa en Sonora, Coahuila, Durango y Zacatecas, por ejemplo, se dedica a la minería. Se explota carbón, hierro, cobre, manganeso, oro, plata y otros. Si bien es cierto que la minería no es una labor sencilla sino un trabajo especializado y hasta peligroso, se forja una cultura para la explotación racional, generadora de riqueza y, sin duda alguna, de impacto al medio ambiente.
Sin embargo, aquí todo se quiere resolver con protestas, con bloqueos, con chantaje, de lo cual los únicos beneficiarios son quienes lideran a los grupos supuestamente ambientalistas; presuntos defensores de los derechos indígenas, que no le apuestan ni al medio ambiente ni mucho menos a revertir la situación de pobreza de muchas de nuestras comunidades, sino a mantener el estado de cosas y no perder sus eternas banderas, de las que viven, a veces, como verdaderos virreyes. (JPA)
